viernes, 29 de junio de 2007

MI RELATO PREFERIDO


Todo queda en Casa.

Tenía la esperanza de que la grabadora funcionara todavía. Era uno de esos aparatos portátiles pequeños que solían usarse en las escuelas y en las bibliotecas. Teddy ni siquiera se dio cuenta de la ironía de su acción: en realidad, era Angie la que se le había regalado. Limpió los pelos y la sangre del borde y soltó un suspiro de frustración. “Seguro que madre me castiga a no ver la televisión”, pensó mirando el estropicio que había hecho.
“Que se vaya a freír espárragos. Que se vayan todos a freír espárragos. ¿Por qué tuvo que hacer daño a Peg? ¿Por qué?” Lleno de rabia, propino una patada al cuerpo que estaba junto a él. Los ojos vidriosos lo miraban fijamente con una fascinación vacua. “Eres una cerda. Mataste a Peg.”
La mirada muerta de su hermana no reaccionó. (Se pregunto por qué.) Se le veía la cara tan sombría... Le levanto la cabeza por el pelo pegajoso y vio que en la mejilla había sangre seca que creaba la sombra. También vio que el boquete del cráneo había dejado de chorrear. La sangre coagulada había formado un tapón gelatinoso.
Madre no tardaría en llegar a casa. Tenía que cavar una tumba.
Teddy se levanto y se dirigió a su cuarto donde el cuerpo de plástico de Peg yacía deshinchado. En su pecho sin rastro de sangre había clavado un cuchillo de cocina y miraba fijamente el techo con su expresión de la boca en forma de 0. Parecía a punto de chillar.
Cogió la cabeza de la muñeca y, con lagrimas en los ojos, contemplo su figura plana, sin aire, de tamaño natural. Mientras le mecía la cabeza, empezó a llorar; cada lagrima contenía mil deseos de devolverla a como estaba antes. Se alegraba de que Angie estuviera muerta; merecía hasta el último golpe. Mientras Teddy acariciaba el pelo artificial, advirtió el hedor procedente de su hermana, que yacía solo a unos metros de distancia. Sabía que era orina; le había oído vaciar la vejiga cuando le había asestado el golpe mortal. Le había pegado una vez más por si las moscas; Había matado a Peg. Él tenía todo el derecho del mundo.
Cuidadosamente, dejo descansar la cabeza de Peg sobre la moqueta. Se agachó, le besó la mejilla y le limpio el labio de goma de una sustancia pegajosa. Mamá le había advertido que no tocara a Peg ni hiciera guarradas en su boca, pero no podía evitarlo. La amaba demasiado para dejarla correr. Si mamá se enteraba de que estaba haciendo guarradas se llevaría a Peg, como en otras ocasiones. Y tendría que buscarla de nuevo.
Al volver hacia el cuerpo de Angie, Teddy se detuvo un momento para maravillarse de su desnudez. Siempre la había espiado desde el armario, pero nunca le había visto la cosa tan cerca. Le fascinaba la oscura mata de vello entre las piernas... Peg no tenía eso. Le tocó el muslo con cautela y retiró la mano como si su carne le quemara. Pero no quemaba. De hecho estaba empezando a enfriarse. Hacía cuatro horas.
-Te odio- informó a los ojos del cadáver.
Volvió a tocarle el muslo, pero esta vez no se apartó. Con dulzura, deslizó la punta de los dedos por la cadera hacia su entrepierna. Con la otra mano le separó las piernas musculosas. Entre ellas había un charco de orina de la medida de una torta. Metió un dedo en los genitales por curiosidad. Era mucho más suave que Peg y, oye, aunque tenía el cuerpo frío y escuálido, por dentro estaba tibia. Lo estaba poniendo cachondo su divinidad sexual macabra.
Tenía que parar. Madre se cabrearía si lo pillaba haciendo guarradas. Ella odiaba las guarradas; papá lo había averiguado por las malas. Lo único que le gustaba era coser y ver Family Fued. Le encantaba ese Richard Dawson.
Pero era tan blandita, tan mullida... La piel de Peg era dura y cerosa por dentro. La tenía desde hacia diez años (a los dieciocho años, la encargó a una revista guarra.) Angie solo tenía cinco años entonces, y ahora se había vuelto una chica muy guapa. En realidad, no la odiaba tanto, pero no debería haber matado a Peg. Solo la estaba espiando mientras se duchaba. No era ninguna novedad. Pero se lo habría contado a madre y madre no toleraba esa clase de porquerías en casa. Por eso tuvo que esconder a Peg. Madre era muy anticuada; tenía que ocultarle muchas cosas.
Se dirigió al garaje por la pala y empezó a cavar en el jardín. Tenía que terminar antes de que regresara a casa
La tierra estaba blanda y solo tardó media hora en cavar la tumba.
Entro a limpiarse porque el tiempo apremiaba. Cogió una toalla y fue al cuarto de Angie. La agarro por los brazos y la arrastro unos palmos. El charco había empapado la moqueta, dejando una mancha oscura. La rebaño cuidadosamente y arrojó la toalla en el armario. Mientras la arrastraba por la salita, se le ocurrió una idea. Era la mejor que había tenido nunca. Si a madre la hubieran gustado las guarradas, habría estado orgullosa de su idea.
Dejo caer los brazos de Angie y volvió a su cuarto. Le apeno ver el cuerpo estropeado de Peg; el tajo del pecho parecía mayor y doloroso. Pero estaba vieja, pensó. Quizás fuera mejor que hubiera muerto.
Teddy tiró el cuchillo y llevó el torso sin vida de la muñeca por la cocina hasta el patio trasero.
-Lo siento, Peg –dijo a su cara pintada. Todavía no la iba a enterrar; primero quería llevar a cabo su idea. Si funcionaba la cubriría.
Era casi la hora, tenía que apresurarse. De vuelta al cuarto de su hermana, se quito los tejanos y se arrodillo junto al cuerpo. El olor acre de la muerte mareaba, pero la vida le resultaba demasiado aterradora y poco llevadera. Él prefería hacer de mirón que actuar. Pero no podía entretenerse observando y, además, sería perfecta. La escondería. Al igual que Peg.
Mientras que Teddy montaba a su hermana en un acto torpe e incestuoso de necrofilia, el coche de madre entró por el camino agrietado. Por el mugriento parabrisas, vio amontonadas entre los hierbajos, cerca del porche, las bolsas de basura que se estaban pudriendo. Ese maldito Teddy, al igual que Peg.
Teddy se dio apenas cuatro meneos dentro de ella y terminó la faena compungido. Permaneció en su interior un momento; le gustaba sentir la presión viscosa de la sangre. Se sentía azorado pero le gustaban demasiado las guarradas. ¿Por qué madre no podía comprender sus necesidades?
-Teddy, ¿no te dije que sacaras la basura? –vociferó mientras abría la puerta de casa, que chocó contra la pared. Hizo una mueca al ver una rata que se escabullía. Mentalmente repasó un catálogo de castigos mientras cruzaba la sala de estar.
Teddy quedo helado. ¿Cómo iba a explicar aquello a madre? Tendría que esconder a Angie; si madre veía lo que...
-Teddy.
Mientras madre se adentraba renqueando por el pasillo, levantó la vista desde su vergonzosa posición.
Se detuvo junto a él, anciana y gigantesca desde su ángulo. Su bastón se erigía ante él como el tronco de un árbol.
A Teddy se le esfumó el pánico y se levanto de un salto, cubriéndose las partes pudendas, para que no se las viera madre.
-Teddy, ¿por qué no sacaste la basura?
-¿Eh? –le desconcertó la pregunta incongruente, su trivialidad maternal.
-Bueno, da igual. –Hurgó a Angie con el bastón con simple curiosidad-. Ponte los calzoncillos.
-Madre, no tuve la culpa mató a... –Cerró enseguida la boca. Madre no podía enterarse de lo de Peg. Odiaba a Peg.
-Esta muerta, ¿eh?
-Madre, yo no quise matarla. –Mentira cochina.
-La estabas espiando otra vez. –dedujo madre con una sonrisa malévola.
-No, madre. Jamás de los jamases la he espiado. Te lo prometo.
-Sí que lo has hecho. Me lo cuenta.
-No madre. –Qué cerda, se había chivado. Ojalá pudiera volver a matarla; había sufrido poco.
-Te dije que no hicieras guarradas. Y ahora te pillo haciéndolas con tu hermana. ¿Qué voy a hacer con un niño tan irrespetuoso?
Su retórica le asustó. ¿Y si se le llevaba el televisor? ¿Y si le obligaba a tomarse otra vez aquellas pastillas? ¿Cómo la había llamado? ¿Salitre? Aunque con eso lo tenía chupado. Se le daba muy bien escondérselas bajo la lengua o tirarlas por la ventana.
Aunque Teddy era más alto que madre, lo abrumaba con su presencia. Ella pasó por encima de Angie y levantó el bastón hacia la cabeza de él. Incluso con sus varices quedaba elegante.
-Hay que castigar a los niños malos. Así se mantiene unida una familia.
Con brusquedad y fuerza sorprendente, le aporreó la cabeza repetidas veces hasta que él se desplomó, inerte y denigrado sobre la moqueta.

* * *

Cuando Teddy despertó, sintió un dolor acuciante en los párpados. Por más que lo intentara, no podía abrirlos. Sobre su vientre, la frialdad segura de Peg y debajo, la tierra arenosa. Se tocó los párpados a sabiendas de que encontraría los diminutos pespuntes cosiéndole la vista.
-Teddy –llamó ella desde arriba-. Has sido un niño muy malo. Pero ya no volverás a fisgonear a Angie. Me he encargado de esto. Eres la viva estampa de tu padre. También tuve que darle una lección.
Oyó removerse la tierra arriba y suplicó que le perdonara.
-Madre, por favor, yo no quería mirar. Lo siento. Por favor, madre...
Una palada de tierra le vino a la cara y le cubrió la nariz y la boca. Estaba demasiado apretujado en la tumba para mover los brazos y debatirse.
-Tengo que mantener unida la familia.
Madre siguió llenando la tumba mientras Teddy forcejeaba para liberarse; quería escupir pero tenía la boca tan llena de tierra que le era imposible. Arriba, madre se enzarzaba sobre la disciplina mientras el castigo de Teddy lo llevaba a la asfixia y de los ojos le brotaban lagrimas de sangre.





Autor: Brian Warner.

No hay comentarios: